martes, 30 de octubre de 2012

Edith Piaf "Les Mots d'amour"



C'est fou c' que j' peux t'aimer, 
C' que j' peux t'aimer, des fois, 
Des fois, j' voudrais crier 
Car j' n'ai jamais aimé, 
Jamais aimé comme ça. 
Ça, je peux te l'jurer. 
Si jamais tu partais, 
Partais et me quittais, 
Me quittais pour toujours, 
C'est sûr que j'en mourrais, 
Que j'en mourrais d'amour, 
Mon amour, mon amour... 

C'est fou c' qu'il me disait 
Comme jolis mots d'amour 
Et comme il les disait 
Mais il ne s'est pas tué 
Car, malgré mon amour, 
C'est lui qui m'a quittée 
Sans dire un mot. 
Pourtant des mots, 
'y en avait tant, 
'y en avait trop... 

C'est fou c' que j' peux t'aimer, 
C' que j' peux t'aimer, des fois, 
Des fois, je voudrais crier 
Car j' n'ai jamais aimé, 
Jamais aimé comme ça. 
Ça, je peux te l'jurer. 
Si jamais tu partais, 
Partais et me quittais, 
Me quittais pour toujours, 
C'est sûr que j'en mourrais, 
Que j'en mourrais d'amour, 
Mon amour, mon amour... 

Et voilà qu'aujourd'hui, 
Ces mêmes mots d'amour, 
C'est moi qui les redis, 
C'est moi qui les redis 
Avec autant d'amour 
A un autre que lui. 
Je dis des mots 
Parce que des mots, 
Il y en a tant 
Qu'il y en a trop... 

C'est fou c' que j' peux t'aimer, 
C' que j' peux t'aimer des fois, 
Des fois, j' voudrais crier 
Car j' n'ai jamais aimé, 
Jamais aimé comme ça. 
Ça, je peux te l'jurer. 
Si jamais tu partais, 
Partais et me quittais, 
Me quittais pour toujours, 
C'est sûr que j'en mourrais,, 
Que j'en mourrais d'amour 
Mon amour, mon amour... 

Au fond c' n'était pas toi. 
Comme ce n'est même pas moi 
Qui dit ces mots d'amour 
Car chaque jour, ta voix, 
Ma voix, ou d'autres voix, 
C'est la voix de l'amour 
Qui dit des mots, 
Encore des mots, 
Toujours des mots, 
Des mots d'amour... 

C'est fou c' que j' peux t'aimer, 
C' que j' peux t'aimer, des fois... 
Si jamais tu partais, 
C'est sûr que j'en mourrais... 
C'est fou c' que j' peux t'aimer, 
C' que j' peux t'aimer... d'amour...

Íntima



Tú no oprimas mis manos. 
Llegará el duradero 
tiempo de reposar con mucho polvo 
y sombra en los entretejidos dedos. 

Y dirías: «No puedo 
amarla, porque ya se desgranaron 
como mieses sus dedos». 

Tú no beses mi boca. 
Vendrá el instante lleno 
de luz menguada, en que estaré sin labios 
sobre un mojado suelo. 

Y dirías: «La amé, pero no puedo 
amarla más, ahora que no aspira 
el olor de retamas de mi beso». 

Y me angustiara oyéndote, 
y hablaras loco y ciego, 
que mi mano será sobre tu frente 
cuando rompan mis dedos, 
y bajará sobre tu cara llena 
de ansia mi aliento. 

No me toques, por tanto. Mentiría 
al decir que te entrego 
mi amor en estos brazos extendidos, 
en mi boca, en mi cuello, 
y tú, al creer que lo bebiste todo, 
te engañarías como un niño ciego. 

Porque mi amor no es sólo esta gavilla 
reacia y fatigada de mi cuerpo, 
que tiembla entera al roce del cilicio 
y que se me rezaga en todo vuelo. 

Es lo que está en el beso, y no es el labio; 
lo que rompe la voz, y no es el pecho: 
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome 
el gajo de las carnes, volandero!

Gabriela Mistral 

¡Aymé!



Y sabías amar, y eras prudente,
y era la primavera y eras bueno,
y estaba el cielo azul, resplandeciente.

Y besabas mis manos con dulzura,
y mirabas mis ojos con tus ojos,
que mordían a veces de amargura.

Y yo pasaba como el mismo hielo...
Yo pasaba sin ver en dónde estaba
ni el cruel infierno ni el amable cielo.

Yo no sentía nada... En el vacío
vagaba con el alma condenada
a mi dolor satánico y sombrío.

Y te dejé marchar calladamente,
a ti, que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magnánimo y prudente.

Toda palabra en ruego te fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos...
Ah, estaba el alma como dura roca.



Alfonsina Storni

martes, 23 de octubre de 2012

Sexo Salvaje (Fragmento Cien años de Soledad) G. García Márquez


En aquel  Macondo olvidado hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa donde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Úrsula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra.



….. Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta Úrsula habían seguido aprovechando los escasos descuidos del esposo, amándose con ardores amordazados en encuentros azarosos y casi siempre interrumpidos por regresos imprevistos. Pero cuando se vieron solos en la casa sucumbieron en el delirio de los amores atrasados. Era una pasión insensata, desquiciante, que hacía temblar de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los mantenía en un estado de exaltación perpetua. Los chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la mesa del comedor, que a las dos de la madrugada en el granero. «Lo que más me duele -reía- es tanto tiempo que perdimos.»


 En el aturdimiento de la pasión, vio las hormigas devastando el jardín, saciando su hambre prehistórica en las maderas de la casa, y vio el torrente de lava viva apoderándose otra vez del corredor, pero solamente se preocupó de combatirlo cuando lo encontró en su dormitorio. Aureliano abandonó los pergaminos, no volvió a salir de la casa, y contestaba de cualquier modo las cartas del sabio catalán. Perdieron el sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos. Volvieron a cerrar puertas y ventanas para no demorarse en trámites de desnudamientos, y andaban por la casa como siempre quiso estar Remedios, la bella, y se revolcaban en cueros en los barrizales del patio, y una tarde estuvieron a punto de ahogarse cuando se amaban en la alberca. En poco tiempo hicieron más estragos que las hormigas coloradas: destrozaron los muebles de la sala, rasgaron con sus locuras la hamaca que había resistido a los tristes amores de campamento del coronel Aureliano Buendía, y destriparon los colchones y los vaciaron en los pisos para sofocarse en tempestades de algodón.


Aunque Aureliano era un amante tan feroz como su rival, era Amaranta Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad lírica aquel paraíso de desastres, como si hubiera concentrado en el amor la indómita energía que la tatarabuela consagró a la fabricación de animalitos de caramelo. Además, mientras ella cantaba de placer y se moría de risa de sus propias invenciones, Aureliano se iba haciendo más absorto y callado, porque su pasión era ensimismada y calcinante. Sin embargo, ambos llegaron a tales extremos de virtuosismo, que cuando se agotaban en la exaltación le sacaban mejor partido al cansancio.


Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado.


Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.

El asalto... (Fragmento Cien años de Soledad) G. García Márquez



Eran las cuatro y media de la tarde, cuando Amaranta Úrsula salió del baño. Aureliano la vio pasar frente a su cuarto, con una bata de pliegues tenues y una toalla enrollada en la cabeza como un turbante. La siguió casi en puntillas, tambaleándose de la borrachera y entró al dormitorio nupcial en el momento en que ella se abrió la bata y se la volvió a cerrar espantada.

…. Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras  trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin  que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que  contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta.


Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que  entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus  sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso  forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que  habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias.

De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de  reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde.
 Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centre de gravedad, la sembró en su sitie, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.


domingo, 21 de octubre de 2012

Luna (en español) - Alessandro Safina



Luna tú,
cuantos son los cantos que escuchaste ya
cuantas las palabras dichas para ti
que han surcado el cielo solo por gozar
una noche el puerto de tu soledad.

Los amantes se refugian en tu luz
sumas los suspiros desde tu balcón
y enredas los hilos de nuestra pasión
luna que me miras ahora escúchame.

Luna,
tú sabes el secreto de la eternidad
y el misterio que hay detrás de la verdad
guíame que a ti mi corazón te oye
me siento perdido y no sé...

No sé que hay amores
que destruyen corazones
como un fuego que todo lo puede abrazar.

Luna tú,
alumbrando el cielo y su inmensidad
en tu cara oculta qué misterio habrá
todos escondemos siempre algún perfil.

Somos corazones bajo el temporal
ángeles de barro que deshace el mar
sueños que el otoño desvanecerá
hijos de esta tierra envuelta por tu luz
hijos que en la noche vuelven a dudar.

Que hay amores
que destruyen corazones
como el fuego que todo lo puede abrazar.
Pero hay amores
dueños de nuestras pasiones
que es la fuerza que al mundo
siempre hace girar.

jueves, 18 de octubre de 2012

Amigo mío


Amigo mío;
he en guardarte tu secreto;
y has en guardarme el mío,
se tu realidad y se tus intenciones.
y abiertamente he hecho saber lo que siento.

Amigo mío
se que eres prohibido, 
que nunca serás mío, 
pero mi cuerpo y mi amor es correspondido, 
así sea que el tenerte en mi corazón sea prohibido.

Has de guardarme en el corazón y en los recuerdos,
la diferencia radica es que no seré nunca correspondida
a tu corazón sino a tus instintos,
mientras que te guardo como huella indeleble en el alma,
que te aguarda paciente y cándida.

Amigo mío
no quiero alimentar este amor,
porqué se que me herirá, corazón mío
haz caso omiso a mi clamor,
y retoma tu rumbo fijo.

Pero déjame amor mío, 
dejarte un presente en tu memoria
que no reine en el olvido esta breve historia,
por si algún día, pueda encontrarte amigo mío.

Amigo mío,
Solo me queda cumplir nuestra mutua promesa
y es tener este secreto
hasta que la muerte haga su llamado.

Hasta pronto Amigo mío..

Veinte Siglos



Para decirte, amor, que te deseo,
sin los rubores falsos del instinto,
estuve atada como un Prometeo,
pero una tarde me salí del cinto.

Son veinte siglos que movió mi mano
para poder decirte sin rubores.
“Que la luz edifique mis amores”.
Son veinte siglos los que alzó mi mano!

Pasan las flechas sobre mis cabellos,
pasan las flechas, aguzados dardos...
son veinte siglos de terribles fardos!
Sentí su peso al libertarme de ellos.

Y no creas que tenga el brazo fuerte,
mi brazo tiembla debilucho y magro,
pero he llegado entera hasta el milagro:
estoy acompañada por la muerte.

Alfonsina Storni

viernes, 12 de octubre de 2012

A puerta cerrada



A puerta abierta
un gentil caballero ha de saludarme
no me conoces, soy una mas 
yo una dama que indiferente alejo la mirada
yo no te conozco, solo eres otro mas.

A puerta cerrada
un mar de pasión inunda en mi cuerpo
evocando mi gruta desesperada;
tu fragancia me hipnotiza, me embriaga 
la aspiro a metros de distancia.

Tus besos a puerta cerrada,
han de absorber mi ser 
evoca mis mas profundos instintos:
amarnos con locura, con pasión,
risas, juegos, lagrimas, 
mimos, caricias, blasfemias...
ocurren ahí a puerta cerrada.

Ha de convertirme en tu furtiva amante, 
y he en convertirte en mi adoración,
condición que es un secreto,
secreto que ha de guardarse en el corazón,
ya que es un amor a puerta cerrada.

Pues a puerta abierta,
 se que eres prohibido...
pero no por ello me impida amarte,
así sea que mi frialdad,
diga lo contrario.


Canción de los Amantes


Donde quiera en las noches se abrirá una ventana
o una puerta cualquiera de una calle lejana.
No importa dónde o cuándo... puede ser dondequiera
ni menos en otoño, ni más en primavera.

Y hoy igual que mañana, mañana igual que ayer
un hombre enloquecido besará una mujer.
Tal vez nadie lo sepa... Como tal vez un día
todos irán sabiendo lo que nadie sabía.

Y para los amantes su amor desesperado
podrá ser un delito... pero nunca un pecado.
Por eso el amor pasa por las calles desiertas
y es como un viento loco que quiere abrir las puertas

Bien saben los amantes que hay caricias que son
no una simple caricia sino una posesión.
Y que un beso... uno solo puede más que el olvido
si se juntan dos bocas en un beso prohibido.

No, un gran amor no es grande por lo mucho que dura
si se parece a un árbol reseco en la llanura.
Y los amantes saben, que sin querer siquiera
hay un amor que crece como una enredadera

Es natural que el agua de un estanque sombrío
sueñe en sus largas noches con el viaje de un río.
Y si por algo es triste la lluvia que no llueve
será porque es la lluvia condenada a ser nieve.

Es natural que un día comprendan los amantes
que no hay nunca sin siempre... que no hay después sin antes.
Y así brota en el alma la rebelión de un sueño
que es como un perro arisco que le gruñe a su dueño.

El amor... esa estrella de una sombra infinita
aunque muera cien veces... cien veces resucita
Y suele ser un niño de manos milagrosas
que rompe las cadenas y hace nacer las rosas.

Ya no habrá días turbios... ya no habrá noches malas
si hay un amor secreto que nos presta sus alas.
Y el corazón renace con renovada fe
igual que los rosales... que no saben porqué.

Donde quiera en las noches, puede abrirse una puerta
pero... tan suavemente que nadie se despierta
Puede ser en otoño... puede ser en verano
tanto un amor tardío... como un amor temprano.

Una mujer... un hombre... y un oscuro aposento
y allá afuera en la calle... sigue pasando el viento.
Y si en la noche hay algo queriendo amanecer
es simplemente un hombre que besa a una mujer.

Jose Ángel Buesa