Deseosa, te miro
te siento, te sueño.
vives en mi y vivo en ti.
Pasión enceguecedora;
Locuras indescriptibles,
he imaginado, sonado,
realizado, vivido.
Seré tu posesión si así lo deseas,
pero recuerda que nunca serás mío,
tanta belleza no puede ser real,
quizás, es nuestro castigo
que ha de poner el destino.
Salvar este gran abismo del sexo y luego, todo será sencillo. Yo podré decirte que soy feliz o desdichada, que amo todavía irrealizables cosas. Tú me dirás tus secretos de hombre, tu orfandad ante la vida, tu miserable grandeza. Seremos dos hermanos, dos amigos, dos almas que alientan por una misma causa. Hace tiempo que dejé la coquetería olvidada en el rincón oscuro y polvoriento de mi primera, balbuciente feminidad. ¡Ahora sólo quiero que me des la mano con la fraternal melancolía de todos los seres que padecen el mismo destino! No afiles, porque soy mujer, tu desdén o tu galantería, no me des la limosna de tu caballerosidad insalvable y amarga. Susana March
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... Estaba allí, en las sombras de un valle solitario donde aún no fluía la música del agua. Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje como un grito de auxilio en el mortal vacío. Fueron mis senos las primeras flores, y mi vientre la almohada de la vida; nacieron de mis ojos las estrellas y mi mano encendió la viva antorcha de la continuidad. Bestias y plantas latían a la vez en mis arterias. Avanzaba insegura entre las sombras y a mi paso las tierras florecían.... ¡Ya ves si es vieja el alma que te busca! ¡Qué corte de milenios la acompaña! Presencié la erupción de los volcanes, el duro nacimiento de los montes; vi marchitarse inmensos vegetales que ya no conocieron los humanos. Y hundida en las tinieblas inauditas, escuché los aullidos de los monstruos que mataban la luz a cuchilladas. Heme aquí, tan antigua como el mundo, con este amor nacido de mi frente, con esta enorme sed que no he saciado. No me exijas virginidad alguna. Allá, en aquel silencio pavoroso, la Vida me violó bárbaramente... Manchada estoy por la humedad del musgo, por la tierra y el fuego y la lascivia milagrosa del aire. Si me quieres, tómame fecundada por los sueños, preñada por la gracia de los siglos.
Si mi amor es tan cauto que, a buscarte, prefiere aguardar en la sombra tu primera llamada, si mi tímido anhelo sabe apenas decirte con torpe lengua el verso que me dicta la sangre. Si no sé darle nombre a esta hoguera en que vivo, ni logro desprenderme de mis cansados credos, y ahuyento entristecida los rápidos corceles que habrían de llevarme a tu sueño, a tus labios... Si soy así, tan pobre, con mi cuerpo encendido, encarcelado al vago fantasma de mi miedo, el alma hecha jirones, batiendo sobre ella, los pecados del mundo, tercamente, uno a uno... Ven tú que desafías leyes, prejuicios, miedos; tú, que llevas la vida sobre los hombros, ancha, tú que arrasas montañas, que desnucas el mundo con tu fuerza de macho sin fronteras ni angustias. Lo mismo que las otras, yo te estoy esperando. Sellada está mi boca; sellada mi ternura. -¡Oh Dios, cómo rebosa este fuego, esta llama!- Rompe tú todo sello, desgarra, libra, entra.
Ayúdame. Estoy ciega. Mi sed me ciega. Cúbreme. Estoy desnuda. Abre las puertas de mi reino. Esclavo mío, asume tu importancia, dame tu ley. Exijo tu fuerza. ¡Ámame! La tierra, el viento, el fuego, el mar con su oleaje.... ¿Qué importa, di, qué importa? Me bebo el Universo en tus labios, amante.
Soy un alma desnuda en estos versos, Alma desnuda que angustiada y sola Va dejando sus pétalos dispersos. Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola. Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella
En tu azul profundo deseo hallarme, contemplar el mar azul, reflejando la luz del sol, en la mañana, ha de ser por ley azul, en la tarde es del color de la hierba seca, al anochecer es negro, como el infinito. de esta manera vivo contemplando, tus matices y hasta tu estado de ánimo; ya que algún día llegaré a habitarte, y a ser tu parte de todo y de nada. Quiero ser la balsa que navega en la mañana. el fruto que cae en la hierba de la tarde, y la estrella que iluminar el infinito. porque aunque serenamente fluyes y te alejas algo de la mar permanece, con la esperanza de hacer parte de tu inmensidad, y amanecer en la mar.
Éste del cabello cano, como la piel del armiño, juntó su candor de niño con su experiencia de anciano; cuando se tiene en la mano un libro de tal varón, abeja es cada expresión que, volando del papel, deja en los labios la miel y pica en el corazón.
Cuando entorno los ojos bajo el sol otoñal Y respiro el aroma de tu cálido seno, Ante mí se perfilan felices litorales Que deslumbran los fuegos de un implacable sol.
Una isla perezosa donde Naturaleza Produce árboles únicos y frutos sabrosísimos, Hombres que ostentan cuerpos ágiles y delgados Y mujeres con ojos donde pinta el asombro.
Guiado por tu aroma hacia mágicos climas Veo un puerto colmado de velas y de mástiles Todavía fatigados del oleaje marino,
Mientras del tamarindo el ligero perfume, Que circula en el aire y mi nariz dilata, En mi alma se mezcla al canto marinero.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia. Pero corta con ese relato, oculta, calla tu sueño: su llama que quema yo temo, tengo miedo de saber tu secreto.
Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso, inmortal y perfecto. Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte. Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas, y has dejado un reguero de sal y hierbabuena sobre mi piel reseca. Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte. Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda tendido y olvidado entre blandas semillas. Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte. Elsa López
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. CORTÁZAR.
Aunque hoy cumplas trescientos treinta y seis meses la matusalénica edad no se te nota cuando en el instante en que vencen los crueles entrás a averiguar la alegría del mundo y mucho menos todavía se te nota cuando volás gaviotamente sobre las fobias o desarbolás los nudosos rencores Buena edad para cambiar estatutos y horóscopos para que tu manantial mane amor sin miseria para que te enfrentes al espejo que exige y pienses que estás linda y estés linda casi no vale la pena desearte júbilos y lealtades ya que te van a rodear como ángeles o veleros Es obvio y comprensible que las manzanas y los jazmines y los cuidadores de autos y los ciclistas y las hijas de los villeros y los cachorros extraviados y los bichitos de san antonio y las cajas de fósforo te consideren una de los suyos De modo que desearte un feliz cumpleaños podría ser tan injusto con tus felices cumpledías. Acordate de esta ley de tu vida si hace algún tiempo fuiste desgraciada eso también ayuda a que hoy se afirme tu bienaventuranza De todos modos para vos no es novedad que el mundo y yo, te queremos de veras, pero yo siempre un poquito más que el mundo.
(Pd. Suprima lo referente a genero femenino, pese a eso lo dedico por el mensaje final)
Esto que te advierto mujer es serio así no puedas escuchar mi tono amenazante: no vuelvas a ocupar mi cuarto porque no respondo por mis actos. De seguro te tomo entre mis brazos te levanto te cargo te meto en mi cama y te desvisto me acuesto a tu lado y te descubro te recorro te palpo te conozco aprendo de memoria las formas de tu cuerpo y te beso de los pies a la cabeza. (Posiblemente yo me gaste la noche de este modo). Sin duda alguna te leo mis versos y te canto los cantos escritos en tu nombre. Luego suprimo mis palabras y simplemente te amo te acaricio te penetro espero a que te duermas y te siento cerca. (Posiblemente más tarde yo también me duerma). Cuando amanezca te susurro un hola y te ofrezco la promesa de no hacerte -nunca más- esta advertencia.
Tú no oprimas mis manos. Llegará el duradero tiempo de reposar con mucho polvo y sombra en los entretejidos dedos. Y dirías: «No puedo amarla, porque ya se desgranaron como mieses sus dedos». Tú no beses mi boca. Vendrá el instante lleno de luz menguada, en que estaré sin labios sobre un mojado suelo. Y dirías: «La amé, pero no puedo amarla más, ahora que no aspira el olor de retamas de mi beso». Y me angustiara oyéndote, y hablaras loco y ciego, que mi mano será sobre tu frente cuando rompan mis dedos, y bajará sobre tu cara llena de ansia mi aliento. No me toques, por tanto. Mentiría al decir que te entrego mi amor en estos brazos extendidos, en mi boca, en mi cuello, y tú, al creer que lo bebiste todo, te engañarías como un niño ciego. Porque mi amor no es sólo esta gavilla reacia y fatigada de mi cuerpo, que tiembla entera al roce del cilicio y que se me rezaga en todo vuelo. Es lo que está en el beso, y no es el labio; lo que rompe la voz, y no es el pecho: ¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome el gajo de las carnes, volandero!
Y sabías amar, y eras prudente, y era la primavera y eras bueno, y estaba el cielo azul, resplandeciente. Y besabas mis manos con dulzura, y mirabas mis ojos con tus ojos, que mordían a veces de amargura. Y yo pasaba como el mismo hielo... Yo pasaba sin ver en dónde estaba ni el cruel infierno ni el amable cielo. Yo no sentía nada... En el vacío vagaba con el alma condenada a mi dolor satánico y sombrío. Y te dejé marchar calladamente, a ti, que amar sabías y eras bueno, y eras dulce, magnánimo y prudente. Toda palabra en ruego te fue poca, pero el dolor cerraba mis oídos... Ah, estaba el alma como dura roca.
En aquel Macondo
olvidado hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan
tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por
la soledad del amor en una casa donde era casi imposible dormir por el
estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Úrsula eran los
únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra.
….. Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta
Úrsula habían seguido aprovechando los escasos descuidos del esposo, amándose
con ardores amordazados en encuentros azarosos y casi siempre interrumpidos por
regresos imprevistos. Pero cuando se vieron solos en la casa sucumbieron en el delirio
de los amores atrasados. Era una pasión insensata, desquiciante, que hacía
temblar de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los mantenía en un
estado de exaltación perpetua. Los chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones
agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la mesa del comedor, que
a las dos de la madrugada en el granero. «Lo que más me duele -reía- es tanto
tiempo que perdimos.»
En el aturdimiento de
la pasión, vio las hormigas devastando el jardín, saciando su hambre
prehistórica en las maderas de la casa, y vio el torrente de lava viva
apoderándose otra vez del corredor, pero solamente se preocupó de combatirlo cuando
lo encontró en su dormitorio. Aureliano abandonó los pergaminos, no volvió a
salir de la casa, y contestaba de cualquier modo las cartas del sabio catalán. Perdieron el sentido de la realidad, la noción del tiempo,
el ritmo de los hábitos cotidianos. Volvieron a cerrar puertas y ventanas para
no demorarse en trámites de desnudamientos, y andaban por la casa como siempre
quiso estar Remedios, la bella, y se revolcaban en cueros en los barrizales del
patio, y una tarde estuvieron a punto de ahogarse cuando se amaban en la
alberca. En poco tiempo hicieron más estragos que las hormigas coloradas:
destrozaron los muebles de la sala, rasgaron con sus locuras la hamaca que
había resistido a los tristes amores de campamento del coronel Aureliano
Buendía, y destriparon los colchones y los vaciaron en los pisos para sofocarse
en tempestades de algodón.
Aunque Aureliano era un amante tan feroz como su rival, era
Amaranta Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad
lírica aquel paraíso de desastres, como si hubiera concentrado en el amor la
indómita energía que la tatarabuela consagró a la fabricación de animalitos de
caramelo. Además, mientras ella cantaba de placer y se moría de risa de sus
propias invenciones, Aureliano se iba haciendo más absorto y callado, porque su
pasión era ensimismada y calcinante. Sin embargo, ambos llegaron a tales
extremos de virtuosismo, que cuando se agotaban en la exaltación le sacaban
mejor partido al cansancio.
Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que
los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las
del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de
Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su
vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano,
y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con
carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de
papel plateado.
Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones
en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del
corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se
disponían a devorarlos vivos.
Eran las cuatro y media de la tarde, cuando Amaranta Úrsula
salió del baño. Aureliano la vio pasar frente a su cuarto, con una bata de
pliegues tenues y una toalla enrollada en la cabeza como un turbante. La siguió
casi en puntillas, tambaleándose de la borrachera y entró al dormitorio nupcial
en el momento en que ella se abrió la bata y se la volvió a cerrar espantada.
…. Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos
manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un
tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo
de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía
un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no
hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se
defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el
escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las
rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no
pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de
abril por la ventana abierta.
Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo,
parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones
distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo
que entre una y otra había tiempo para
que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como
si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un
estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la
meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del
marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar.
Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero
defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta
que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y
la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron
caricias.
De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta
Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de
reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era
demasiado tarde.
Una conmoción descomunal
la inmovilizó en su centre de gravedad, la sembró en su sitie, y su voluntad
defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los
silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la
muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y
meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos
de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.
Amigo mío; he en guardarte tu secreto; y has en guardarme el mío, se tu realidad y se tus intenciones. y abiertamente he hecho saber lo que siento. Amigo mío se que eres prohibido, que nunca serás mío, pero mi cuerpo y mi amor es correspondido, así sea que el tenerte en mi corazón sea prohibido. Has de guardarme en el corazón y en los recuerdos, la diferencia radica es que no seré nunca correspondida a tu corazón sino a tus instintos, mientras que te guardo como huella indeleble en el alma, que te aguarda paciente y cándida. Amigo mío no quiero alimentar este amor, porqué se que me herirá, corazón mío haz caso omiso a mi clamor, y retoma tu rumbo fijo. Pero déjame amor mío, dejarte un presente en tu memoria que no reine en el olvido esta breve historia, por si algún día, pueda encontrarte amigo mío. Amigo mío, Solo me queda cumplir nuestra mutua promesa y es tener este secreto hasta que la muerte haga su llamado. Hasta pronto Amigo mío..
la aspiro a metros de distancia. Tus besos a puerta cerrada, han de absorber mi ser evoca mis mas profundos instintos: amarnos con locura, con pasión, risas, juegos, lagrimas, mimos, caricias, blasfemias... ocurren ahí a puerta cerrada. Ha de convertirme en tu furtiva amante, y he en convertirte en mi adoración, condición que es un secreto, secreto que ha de guardarse en el corazón, ya que es un amor a puerta cerrada. Pues a puerta abierta, se que eres prohibido... pero no por ello me impida amarte, así sea que mi frialdad, diga lo contrario.