Eran las cuatro y media de la tarde, cuando Amaranta Úrsula salió del baño. Aureliano la vio pasar frente a su cuarto, con una bata de pliegues tenues y una toalla enrollada en la cabeza como un turbante. La siguió casi en puntillas, tambaleándose de la borrachera y entró al dormitorio nupcial en el momento en que ella se abrió la bata y se la volvió a cerrar espantada.
…. Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos
manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un
tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo
de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía
un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no
hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se
defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el
escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las
rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no
pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de
abril por la ventana abierta.
Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo,
parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones
distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo
que entre una y otra había tiempo para
que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como
si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un
estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la
meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del
marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar.
Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero
defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta
que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y
la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron
caricias.
De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta
Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de
reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era
demasiado tarde.
Una conmoción descomunal
la inmovilizó en su centre de gravedad, la sembró en su sitie, y su voluntad
defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los
silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la
muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y
meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos
de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.
...obrigada
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